Comunicación y Tecnopolítica

COMUNICACIÓN Y TECNOPOLÍTICA

RESUMEN:

La comunicación política contemporánea ha dejado de ser un simple vehículo de mensajes para convertirse en una compleja maquinaria tecnopolítica que articula algoritmos, afectos y segmentación estratégica. El caso argentino, con Javier Milei y su entorno digital, expone con nitidez esta transformación: redes descentralizadas, producción sistemática de antagonismos, influencers convertidos en operadores políticos y plataformas como YouTube, Twitter/X y TikTok funcionando como dispositivos de fidelización emocional. Lejos de los debates públicos tradicionales, el escenario digital actual configura una política algorítmica, donde el consumo de contenidos reemplaza a la deliberación democrática y el poder se sostiene en descargas afectivas diseñadas para reforzar identidades polarizadas. Comprender este engranaje es clave para disputar los sentidos y repensar las condiciones mismas de la democracia en el siglo XXI.


La irrupción de las tecnologías digitales y las plataformas algorítmicas ha modificado radicalmente los modos de comunicación política contemporánea. Ya no se trata solamente de vehicular mensajes, sino de operar sobre la propia arquitectura del espacio público. En el caso argentino, el ascenso de Javier Milei y La Libertad Avanza es uno de los ejemplos más notorios de esta mutación. La comunicación política ha dejado de depender de partidos tradicionales, estructuras mediáticas o sindicatos y se ha reconfigurado como una maquinaria tecnopolítica descentralizada, hipersegmentada y emocionalmente orientada.

En este nuevo escenario, los liderazgos no se construyen exclusivamente por la fuerza de las ideas o las propuestas programáticas, sino por su capacidad de viralizar afectos, condensar antagonismos simbólicos y activar comunidades digitales previamente formadas alrededor de signos, lemas o identidades culturales. La comunicación ya no es solo lo que se dice, sino cómo circula, a quiénes afecta, cómo es propagada por algoritmos y cómo es resignificada por usuarios que actúan como amplificadores espontáneos o programados.

Uno de los elementos centrales en esta configuración es el uso estratégico de plataformas como Twitter/X, YouTube, TikTok, Instagram. Estas no son simplemente medios neutros para emitir mensajes, sino verdaderos dispositivos de segmentación y filtrado, que modelan lo que cada usuario ve en función de sus reacciones previas, intereses declarados y patrones de comportamiento inferidos por la plataforma. En este marco, el microtargeting se convierte en una herramienta clave para la política contemporánea. No se envía el mismo mensaje a todos, sino versiones específicas adaptadas a subgrupos hipersegmentados. La personalización algorítmica produce entornos de información cerrados, burbujas que refuerzan creencias y consolidan identidades políticas afectivas.

El caso Milei es paradigmático en este sentido. Desde antes de su candidatura formal, comenzó a circular un ecosistema de contenidos audiovisuales fragmentados, con ediciones rápidas, tonos desafiantes y lógicas confrontativas. Este estilo comunicacional está diseñado para maximizar la atención, activar mecanismos de recompensa emocional y producir lo que se conoce como “descargas afectivas”, es decir, momentos de gratificación instantánea para quienes comparten la posición política o cultural propuesta. La política deviene entonces una experiencia de consumo emocional.

Un componente estructural de esta estrategia es la producción sistemática de enemigos. La comunicación política libertaria se organiza como una narrativa permanente de confrontación. Estos términos condensan una otredad abstracta, difusa pero funcional, que permite construir identidades propias por contraste. La figura del enemigo es, al mismo tiempo, objeto de burla, desprecio y agresión simbólica. Esta construcción es altamente eficaz en entornos algorítmicos porque genera interacciones, controversias, respuestas y, por tanto, mayor visibilidad algorítmica.

Este entramado discursivo no opera de forma espontánea, sino articulado a través de una red informal de influencers, canales de YouTube, cuentas anónimas en Twitter/X y medios satélites. Estos actores funcionan como máquinas discursivas: no sólo difunden contenido, sino que producen sentido, establecen marcos interpretativos y definen los límites de lo decible. No responden a una organización jerárquica clásica, sino que operan como enjambres digitales que se activan coordinadamente frente a determinados temas, escándalos o coyunturas. Sin embargo, especialmente desde que asumieron el gobierno, un puñado de estos actores digitales ha pasado a ocupar cargos oficiales y a frecuentar la Casa Rosada, construyendo su propia casta digital, a la que las demás cuentas satélites, menos influyentes, terminan obedeciendo y replicando su línea estratégica.

La segmentación afectiva, por su parte, permite una intervención quirúrgica en la construcción de subjetividades políticas. A través del uso de microclips, memes, extractos de debates o intervenciones televisivas cuidadosamente editadas, se generan materiales específicos para distintas tribus digitales. Cada segmento recibe su propio “Milei”, personalizado y adaptado a sus códigos culturales, sus lenguajes y sus malestares.

La eficacia de esta máquina tecnopolítica no reside solo en su potencia de difusión, sino en su capacidad de redefinir la esfera pública. La democracia supone una esfera común de debate donde los argumentos puedan circular entre posiciones divergentes. La tecnopolítica algorítmica erosiona ese espacio común, fragmentando la experiencia social en nichos autorreferenciales. El resultado es una opinión pública polarizada, emocionalizada y con escasa capacidad deliberativa.

Comprender esta maquinaria es fundamental no solo como ejercicio descriptivo, sino como paso previo a cualquier tentativa de intervención política crítica. La tecnopolítica contemporánea, lejos de ser un fenómeno accidental, representa una mutación estructural del modo en que se produce el poder en la era digital. Intervenir requiere no solo conocer las técnicas comunicacionales, sino también disputar los sentidos, construir narrativas alternativas y, sobre todo, volver a plantear el vínculo entre tecnología, afectividad y democracia.

Bibliografía:

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